Capítulos anteriores:
El sueño de una vida - I -El sueño de una vida - II -El sueño de una vida - III -El sueño de una vida - IV -
La blancura de las paredes le recordaba la que fue su nueva casa. Aquella con la que tanta ilusión sacó adelante, su hogar, junto a su familia.
Las carreras por los pasillos,
_ Niños dejar de armar jaleo, este no es sitio para jugar.
_ Joooo!!...la abuela vieja nos ha dicho que podemos.
_ La abuelita está pachucha y no tiene ganas de ruidos.
_ Anda hija, llevatelos fuera, que corran y salten, al fin y al cabo son niños, necesitan jugar, ellos no entienden de tristezas.
Jesús se sentó junto a su madre, y la abrazó.
Ella con su mirada perdida iba recordando retazos de toda una vida junto a él.
La habitación en penumbra, como en tantas ocasiones, ella le esperaba, pero esta vez no regresaría. Allí postrado frente a ella...su amor, el amor de su vida, el que tanta felicidad le dio...yacía.
Su corazón cansado, se paró.
Fueron sesenta y dos años de felicidad. cincuenta y ocho de matrimonio, compartiendo su vida llena de alegrías, y momentos amargos, como en todas las historias.
Pero esta era diferente, algo la hacía diferente.
Ella calló durante toda su vida un secreto, un gran secreto que hizo feliz a su esposo, tal vez de haberlo sabido, ella no estuviera allí velándolo en esos momentos, pues en aquella época tal vez se la hubiera tachado de otra manera, y no de ser la víctima.
Jesús había hecho todo lo posible aquél día por reanimar a su padre.
Era cirujano en un importante hospital, aunque eso no le sirvió de mucho cuando quiso salvarle, pues fue demasiado fuerte el dolor...y se le fue la vida entre sus manos.
Para él, su padre era un ejemplo a seguir, era toda su admiración.
Le enseñó unos valores en la vida muy importantes, que siempre siguió. Era honrado...trabajador...cariñoso...todo lo que una persona debería de tener.
María recuerda aquel día en que su hijo, les comunicó que quería ser médico.
Estaba poniendo la mesa, y los vasos que llevaba en las manos, se le escurrieron sin poder remediarlo. Le vinieron a la mente recuerdos imborrables, que aunque se habían quedado escondidos en algún rincón...de pronto salieron a la luz.
María se dedicó durante mas de cuarenta años a lo que mas le gustaba, coser, pero ahora trabajaba para la gente de la ciudad que la reclamaba por su buena labor, y nunca le faltó clientela. Siempre tuvo su casa llena de telas...hilos...y demás, como buena costurera que era.
Sus trajes vestían las calles de la ciudad con orgullo de haber salido de unas manos portentosas.
De esta manera, con el trabajo que realizaba María, y que cada vez era mas solicitado, hicieron frente a los gastos por los estudios de Jesús, en Madrid.
Jesús era bastante alto, como su padre biológico, había heredado su físico...pero no su corazón. El corazón la había heredado de José, el hombre que le educó, y que fue su verdadero padre. Así era, siguió su ejemplo toda su vida, alimentando sus enseñanzas, y compartió esa humildad y saber estar.
Las facciones y los gestos eran de María, no había duda.
Arqueaba la ceja, siempre cuando algo no le convencía, o no le gustaba.
Se había casado con una compañera de facultad, fue un flechazo, y ya llevaban 32 años juntos, de ese matrimonio nacieron Lucía y Samuél.
Lucía de veintisiete años, peleaba con sus hijos, dos gemelos de cuatro años que no dejaban parar nada.
Se había separado hacía un año...había sido una relación bastante tormentosa, y a pesar de que la separación era lo mejor para ella... la vida se le venía encima, pero siempre tenía la ayuda y el apoyo de su familia...que la ayudaron siempre en todo.
Samuél de veinticuatro años, vivía en Salamanca, allí cursaba sus estudios de ingeniería. Tenía una novia que había conocido allí...y con la que compartía piso, y que viajó con él, para darle el último adiós a su abuelo José, el que tanto cariño siempre les dio.
Allí en una esquina estaba sentado, con la cabeza baja, y la mirada perdida; había sido un mazazo cuando le llamaron para decirle que su abuelo había sufrido un ataque al corazón.
María pensaba en aquellos tiempos en que José y ella veían imposible crear una familia, y ahora sentada allí, se daba cuenta de la familia que habían creado.
Se sentía acompañada siempre, nunca los dejaban solos cuando vivía su esposo, y ahora que él ya no estaba, no la dejarían sola jamás.
Su nuera Amelía era una hija para ella, mujer de gran corazón, que perdió a sus padres en un accidente de coche cuando ella aun era novia con Jesús, y la arroparon siempre para que no se sintiera sola.
Ella siendo una mujer agradecida, y siendo como era María, siempre tuvieron una confianza y un cariño muy especial.
María, a pesar del dolor que sentía por la falta de su esposo...se sentía feliz de ver lo que habían logrado en la vida.
De haber compartido toda su vida con ese gran hombre...y haber sabido inculcar ese amor a todos los suyos.
En esos momentos algo le pasó por la mente, y sin saber como...y después de tantos años, sintió que debía de dar las gracias a alguien...a pesar de haber tenido que vivir con ese secreto el resto de su vida.
De sus labios se deslizaron unas simples pero valiosas palabras.
"Gracias Juan".